Jónatham F. Moriche
Kaos en la red
“Veintitrés españoles han muerto en las carreteras en el último fin de semana”. Con esta aterradora sangre fría minimizaba Rafael Schutz, embajador de Israel en España, el asalto a la Flotilla de la Libertad ocurrido el pasado 31 de mayo en aguas internacionales, con el balance de nueve ciudadanos turcos asesinados (un décimo fallecería después a causa de las heridas recibidas) y casi 700 ciudadanos de 32 nacionalidades distintas secuestrados y vejados durante días por el Estado de Israel. Las autopsias de Ibrahim Bilgen, Necdet Yildirim, Ali Haydar Bengi, Cevdet Kiliçlar, Çetin Topçuoğlu, Fahri Yaldiz, Cengiz Songür, Cengiz Akyü y Furkan Doğan demostraron, corroborando el testimonio de sus compañeros supervivientes a la matanza, que sus muertes tuvieron muy poco de accidental: víctimas de una treintena de disparos con armamento de guerra de grueso calibre, efectuados desde arriba o por la espalda, y rematados con tiros a quemarropa en la cabeza y el rostro. Nueve ejecuciones sumarias, en resumen.
No hubiera sido fácil hacer pasar por trágico error un acto de piratería naval de tales dimensiones, culminado con semejante orgía de sangre. Israel apenas lo intentó, prefiriendo justificar su acción injuriando a quienes había asesinado, acusándoles de portar y emplear armas blancas y de fuego, de mantener vínculos con grupos terroristas... Había en el vientre de los buques de la Flotilla medicinas, ortopedias, material escolar o herramientas agrarias y de construcción, destinadas a la población civil del gigantesco campo de concentración y exterminio que es hoy la Franja de Gaza, pero no armas para repeler el asalto de los comandos israelíes. Tampoco aportó Israel ni una sola evidencia de que entre los centenares de voluntarios de la Flotilla hubiese un sólo activista de alguna organización que emplee medios violentos. Aunque todavía hoy Israel sigue llamando “amigos de los terroristas” a sus víctimas, la verdad es otra y terrible: Israel asesinó a sangre fría a nueve cooperantes desarmados. Lo que para el Ejército israelí sólo supone una novedad cuantitativa, tras haber asesinado con no menor enseñamiento a otros voluntarios pacifistas como la norteamericana Rachel Corrie o el británico Tom Hurndall.
Hasta para un mundo ya tristemente acostumbrado a las periódicas barbaries de las escuadras israelíes, esta criminal desfachatez resultó desconcertante. ¿Qué pretendía Israel encarándose con semejante altivez al mundo entero? ¿Atemorizar al activo movimiento global solidario con la causa palestina por el atrevimiento de intentar romper con esta flotilla humanitaria el criminal asedio de la Franja de Gaza? ¿Castigar a Turquía por haber protagonizado junto a Brasil un nuevo esfuerzo de acercamiento diplomático a Irán, cuando lo que la extrema derecha israelí quiere es una nueva guerra cuanto antes? ¿Explicarle a Barack Obama que Israel no está dispuesto a ceder ni un gramo de la impunidad de la que disfrutó mientras George W. Bush ocupaba la Casa Blanca? ¿Todo ello a la vez? La periodista Olga Rodríguez explicaba que "Israel ha valorado esta actuación y quizás ha visto en ella mas pros que contras", lo que dibuja un tenebroso retrato de cómo piensan y actúan quienes hoy gobiernan el Estado de Israel, y también de cómo es la comunidad internacional que, después de un poco de inofensivo ruido diplomático, se lo permite.
El asalto a la Flotilla de la Libertad no fue un crimen pequeño, pero su llamarada de brutalidad palidece sobre el telón de fondo del genocidio a cámara lenta que padece el pueblo palestino. La Franja de Gaza sigue sitiada con millón y medio de seres humanos dentro, sin apenas agua potable, luz eléctrica, gasolina, medicinas o alimentos, y periódicamente masacrados por incursiones israelíes. Los asentamientos israelíes en tierra palestina ocupada siguen expandiéndose. Los palestinos siguen viendo demolidas sus casas y arrasados sus campos. El monstruoso Muro de la Vergüenza sigue en pie. Israel sigue cometiendo asesinatos selectivos, en Palestina como en cualquier otro lugar del mundo en que se le antoje. El arsenal nuclear israelí sigue fuera de toda supervisión internacional. Las declaraciones de condena se amontonan y las reuniones de alto nivel se suceden, sin la menor eficacia y despertando cada vez más frustración y desesperanza.
Con la Flotilla de la Libertad, la sociedad civil global, hastiada de tanta hipocresía y tanta parsimonia, tomó de nuevo la palabra ante la tragedia palestina. Y no parece que las balas israelíes hayan conseguido enmudecerla. Desde el sangriento asalto al Mavi Marmara, se suceden los planes para nuevas flotillas, tripuladas por ciudadanos europeos y árabes, norteamericanos e israelíes, que buscan abrir brecha en el asedio de Gaza transportando ayuda humanitaria y movilizando a la sociedad civil global. Durante este mes de octubre se celebrarán en todo el Estado español actividades de presentación de Rumbo a Gaza, una campaña que pretende llevar dos buques, doscientos voluntarios y dos mil toneladas de ayuda humanitaria desde España hasta Gaza la próxima primavera. Cientos de ciudadanos y ciudadanas y docenas de organizaciones sociales, sindicales y políticas ya han expresado su adhesión a esta ejemplar iniciativa de solidaridad internacionalista. Este respaldo decidido y masivo de la ciudadanía será el mejor blindaje para proteger sus cuerpos y sus buques de las balas israelíes, y el mejor viento para empujar sus velas hacia los puertos de la Franja de Gaza.
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